El estallido de la Revolución Francesa también se debe a diversas causas económicas. Ya hemos mencionado que, antes del estallido de la Revolución, la economía francesa no pasaba por buenos momentos. Una de las causas principales era la mala situación de la agricultura, sector responsable entonces de dos tercios de la riqueza de Francia. Los años 1787 y 1788 se caracterizaron por unas malas condiciones meteorológicas que causarán una durísima crisis de subsistencia: donde muchos de los agricultores se vieron obligados a recurrir a la mendicidad o a la caridad en las ciudades próximas, como ya hemos dicho antes, París contaba con 660.000 habitantes esa año pues de esos 60.000 eran mendigos. Cada vez la demanda de productos industriales era más baja y significó paro y pobreza para los trabajadores de pequeños y grandes negocios. La escasez conducirá a que los precios suban, esto provocará el descontento social de los grupos más desfavorecidos.
En 1788 la harina era la esencia de la vida, el pan era su medida de subsistencia. El pan era esencial y la subida del precio de este la notó todo el mundo. Se incrementó el precio de la harina debido a la mala financiación de Luis XVI y las escasas provisiones se estaban agotando. El precio de una rebanada de pan no tardó en igualarse a sueldo de un mes. La gente pasaba hambre y se veían obligados a robar en las panaderías para poder vivir.
Muchos historiadores han dado más peso como causa económica de la revolución a la crisis fiscal por la que pasaba el estado francés. Se sabe que desde hacía décadas la hacienda francesa era incapaz de recaudar con sus impuestos las cantidades que se gastaban.
Estos déficit públicos crónicos crecieron por las guerras en las que se vio envuelta Francia contra Inglaterra, incluyendo los préstamos a los rebeldes de las colonias de Norteamérica que fundarán los Estados Unidos de América al independizarse de los ingleses. La participación de Francia e la Guerra de Independencia Norteamericana llevaron a un enorme crecimiento del endeudamiento del estado. El pago de la deuda pública llegó a superar la mitad del presupuesto estatal.
Tampoco fue de gran ayuda el comportamiento de la reina de Francia, María Antonieta, ante la crisis económica de su país. En Versalles, el palacio real, habían ceremonias para todo: cuando los reyes se levantaban, cuando se vestían, cuando comían y cuando se acostaban. María Antonieta era amante de la moda y su pueblo la conocía como Madame Déficit ya que mientras su pueblo estaba sumido en un caos económico, ella sigue gastando y gastando como si nada.
Uno de los ministros de hacienda del Estado francés propuso una reforma que parecía dirigida a terminar con los privilegios del clero y la nobleza. Este fue el caso de Turgot, que propuso al Rey que los grupos privilegiados también deberían de pagar impuestos. Finalmente la corte empezó a presionar al monarca que no tuvo otra opción que cesarle. Por eso si en los años setenta la situación era ya de auténtica bancarrota, continuó agravándose.
A pesar de los ceses, los siguientes ministros siguieron proponiendo reformas semejantes, hasta que un nuevo ministro de economía, Calonne, volvió a proponer ya en 1786 una reforma de los impuestos que incluiría como contribuyentes a los miembros de la nobleza y de la iglesia. Este proyecto fue rechazado en 1787 por una Asamblea de representantes de los privilegiados, los Estados Generales. Para algunos historiadores ese momento es considerado el verdadero comienzo de la Revolución Francesa, pues con la llamada revuelta de los privilegiados se inician los cambios que alterarán de manera radical las leyes francesas.